Frasquita Larrea
La gaditana Francisca Javiera Ruiz de Larrea y Aherán, tenía una ascendencia vasco-irlandesa. Su padre, don Antonio Ruiz de Larrea y Gonzáles de Lopidana, había nacido en Mendiola provincia de Álava, en julio de 1725 y era caballero hijodalgo.
Se trasladó a comerciar a Cádiz llegando a ser uno de los poderosos cargadores de Indias. En Cádiz conocerá a una joven irlandesa, Francisca Xaviera Aherán y Malone, nacida en Waterford, hija de Diego de aherán y Catalina Malone, que había llegado a Cádiz, huyendo de las persecuciones que contra los seguidores de los Estuardos se realizaban en su tierra.
Ya mayor Antonio Ruiz de Larrea y González de Lopidana, con treinta y ocho años de edad, contrae matrimonio en Cádiz, en la Catedral Vieja, en diciembre de 1763, con la irlandesa Francisca Javiera Aherán y Malone.
El día 28 de noviembre de 1775 nace en Cádiz la niña Francisca Xaviera, Josefa, Gregoria, que se bautiza al día siguiente en la Iglesia Catedral.
De los años de su niñez se sabe pocas cosas, se dice que se educó en Inglaterra, donde se familiarizó con la lectura de los grandes autores ingleses, desde el inmenso Shakespeare hasta Byron, el rebelde.
Se desconoce la fecha en que regresó a Cádiz o si incluso vivió en la ciudad, ya que las referencias de estos años se hacen al cercano pueblo de Chiclana. El único documento fechado en Cádiz en este tiempo es su partida de casamiento con Juan Nicolás, que tuvo lugar en la parroquia del Rosario, en febrero de 1796.
Doña Frasquita impuso sus condiciones: que el matrimonio fuera efectuada por la iglesia Católica y que los hijos que nazcan sean educados en la doctrina católica.
El novio acepta estas condiciones aunque él, secretamente, también piensa imponer las suyas aun en contra de los pactados: trasladarse a vivir a Alemania, y educar a su mujer a sus propias ideas.
No contaba que la personalidad de su mujer era aún más acusada que la de su suegra, será Frasquita quien imponga su criterio, tanto a su madre como a su marido.
Acompañado por su suegra realizan su viaje hacia Alemania, navegando hasta Marsella. Ascienden remontando el Ródano y pasan por Lyon.
En aquel momento Frasquita debe encontrarse en una fase de su más ardoroso romanticismo. Juan Nicolás presiente que las vehemencias de su mujer no iban a ser bien vista por su familia y amigos, el viaje es extremadamente lento, y él escribe a los suyos anticipando algunas noticias aclaratorias.
Tampoco tenía prisa en llegar, para dar tiempo a su suegra a irse adaptando al nuevo medio religioso que le esperaba, y su mujer debe encontrarse muy feliz en el naturalismo romancesco que ha descubierto en Suiza.
Huye de la sociedad, del hombre a quien la sociedad ha hecho impuro, y quiere, rusonianamente, buscar la perfección en la naturaleza.
Por el contrario, para Juan Nicolás, con su frío razonamiento teutónico, deben ser muy alarmantes las cada vez más exaltadas manifestaciones románticas y feminista de su mujer.
Aún años después, continuaron estas diferencias que harán peligrar el matrimonio, por no querer aceptar Frasquita las ideas de su marido. Otra diferencia que también se interpone entre los recién casados es el feroz feminismo de Frasquita, o el profundo antifeminismo de Juan Nicolás.
Frasquita no estaba dispuesta a quemar sus Derechos de la mujer, escribirá en octubre de 1806 “Entre los diferentes modos de carácter que me señala, sólo me agrada el que atribuyes a los héroes…
El ejemplo de Mrs. Wollstonecraft nada prueba, porque ella se dejó dominar por la pasión. Quitándoles a las mujeres la facultad de juzgar por sí, de formase sus principios y carácter, se les hace esclavas de sus pasiones, y cunado las quieren subordinar a la razón del hombre (¡como si la razón y el alma tuvieran sexo!) y que aquel hombre destinado a guiarlas no tiene razón. ¿Que harán las pobres, entonces?...”
Pese a estas diferencias ideológicas, Frasquita se encontraba feliz en Suiza.
En la tranquilidad del cantón de Berna, en el pueblecito de Morges, nació el 25 de diciembre de 1796 Cecilia Böhl Ruiz de Larrea, que alcanzaría la fama literaria bajo el seudónimo de “Fernán Caballero”.
Existen serias dificultades para conocer cómo se desarrolló la estancia de Frasquita y su familia en Alemania en este primer viaje.
En noviembre de 1797, parece ser que llegaron los Böhl a Chiclana. En una carta, Juan Nicolás comenta: “Mi regreso fue lo más sensato que he hecho… Nuestra Cecilia se desarrolla y contribuye mucho a nuestra alegría”.
En Chiclana permanecieron varios meses, hasta que se trasladaron a Cádiz, aunque se ignora el domicilio y fecha exactos, pero sí hay constancia en agosto de 1799 que Frasquita organizaba sus tertulias políticas-literarias-culturales, que tanto molestaban a su marido, que exclamaba: “No hay peor tortura que tener que entretener a damas intelectuales”.
Por lo demás parece que esos fueron los años más felices del matrimonio.
El 19 de enero de 1799 Frasquita dio a luz otra niña, Aurora. Y el 1 de diciembre de 1800 un varón, Juan Jacobo. La partida de bautismo de Aurora se encuentra en la parroquia del Rosario, no así la de Juan Jacobo, que posiblemente naciera en otra feligresía. El 5 de octubre de 1803 nace el cuarto hijo, Isabel Ángela.
La situación de la familia debe ser nuevamente conflictiva. Frasquita persiste en sus ideas, en sus tertulias y en sus criterios pedagógicos que contrarían a su marido, defensor de la rígida disciplina.
En la primavera de 1805 inicia el matrimonio, Böhl-Ruiz de Larrea, junto con sus hijos Cecilia y Juan Jacobo, el ansiado viaje que Juan Nicolás tenía proyectado a su nueva propiedad de Görslow, con la esperanza de que Frasquita, aislada de su madre, que se ha quedado en Chiclana con las otras dos hijas, decida adaptarse a su criterio y permanecer en Alemania. Pronto se dará cuenta que él mismo ha cambiado y esa existencia ideal que tanto ansiaba ya ahora no le es tan imprescindible como pensaba.
Era evidente que Frasquita no estaba dispuesta a ser la humilde, dócil, obediente, complaciente y económica mujer que su marido consideraba ideal. Ella quiere seguir siendo ella misma, con su personalidad, no un muñeco moldeado a capricho de las ideas del hamburgués. Por ello, sin pensarlo más inicia su regreso a España.
Frasquita fue escribiendo un diario, puramente descriptivo de su viaje a España, que conserva en forma de Extractas, de puño y letras en el archivo familiar.
Posiblemente Frasquita llegó el 13 de junio de 1806 a Chiclana, después de una ausencia de catorce meses. En aquella época Chiclana todavía era centro de veraneos de las familias pudientes de Cádiz, aunque ya comenzaban algunas a desplazarse a Puerto Real, que sería más adelantado el siglo “El Versalles gaditano” que atrajo a los veraneantes.
La poca simpatía de Frasquita hacia las libertades napoleónicas, y posiblemente hacia todo lo francés, ya se han apreciado en algunos comentarios esporádicos en sus viajes anteriores.
La situación de Frasquita en Chiclana debe ser bastante comprometida, tanto por sus exaltados antecedentes patrióticos y sus escritos contra los franceses, no hay noticias de que fuesen publicados, es posible que fuesen conocidos y también presumiblemente delatados.
Cuando llega Frasquita a Cádiz, las Cortes que se habían establecido en la Real Isla de León el 24 de septiembre de 1810, y cuyas iluminarías y salvas había observado Frasquita desde Chiclana, también viajan a Cádiz en estos días, alojándose el 24 de febrero de 1811 en la iglesia de San Felipe Neri.
Al mes siguiente conocerá la gaditana con alegría, que los franceses han sufrido una estrepitosa derrota en las proximidades de Chiclana.
El ambiente que se vive en Cádiz en esos días es fantástico. Para Frasquita debe ser un cambio sorprendente el pasar súbitamente de su aislamiento chiclanero al bullicio gaditano del mentidero de la calle Ancha, a las bullas del Paraíso del oratorio de San Felipe Neri, y de los comentarios jocosos de la infinidad de periódicos, folletos, papeles y panfletos que incesante y diariamente en los cafés de la plaza de San Antonio, y se discuten en las tertulias.
En Cádiz se encuentran literatos de la altura de Antonio de Puigblanch, Antonio Capmany, Manuel José Quintana, Juan Nicasio Gallego, Pablo de Jesús, Félix José Reinoso, Juan Meléndez Valdés, etc.
Los lances literarios son numerosísimos y sabrosos, siendo pábulo de comentarios en las tertulias de las principales casas gaditanas.
No tardó Frasquita en organizar su tertulia, como en años atrás cuando su marido refuñaba contra sus manías de dama intelectuales.
No se sabe durante los meses en que residió Frasquita en Cádiz con sus hijas Aurora y Angela y su madre, donde habitaron, pero si ha quedado sobradas noticias de sus tertulias durante este período.
Frasquita permanecería en Cádiz cerca de un año, esperando embarcar para Alemania para reunirse con su familia, a bordo del paquete Lord Hobart con fecha 17 de agosto de 1811, se supone que fue el buque que las trasladaron desde el muelle de Cádiz a Inglaterra, por lo que la salida de la ciudad sitiada por los franceses.
No se tienen más noticias de Frasquita hasta mayo de 1812.
El fallecimiento ha sido la causa de su larga estancia en Inglaterra. El día 18 de junio escribe:
“La memoria de mi madre cuyas cenizas quedan en la fría tierra del extranjero”…Gracias a su astucia consiguió Frasquita llegar con su familia hasta Osnabrück, en donde le esperaba su marido.
Después de tanta penalidades y durezas del largo viaje, de la perdida de su madre, de la amargura y sinsabores de su prisión Chiclanera, y de larga ausencia de entre los suyos, el encuentro con su marido en hijos en Osnabrück debió ser de una dicha indescriptible para Frasquita.
De la salida de la familia Böhl para España se conserva un fragmento del “Diario” que redactó Frasquita. Está fechado en la bahía de Portsmauth en octubre de 1813.
Allí ha de aguardar un convoy para el Mediterráneo y la espera es interminable, sobre todo siendo los precios en tierra exorbitantes para su menguada economía, han permanecido recluidos a bordo, durante un largo mes de espera, reanuda el viaje el 22 de octubre, llegando al puerto de Cádiz el 23 de noviembre de 1813.
No se especifica si toda la familia se trasladó a Cádiz, pero existen fundamentos para pensar que el hijo, Juan Jacobo quedó en Alemania junto a los abuelos y sólo vino a España, al Puerto de Santa María, en una ocasión 1822.
Es posible que los primeros meses los pasara en su antigua finca de Chiclana. Pero de lo que no cabe duda es que fue en 1844 cuando vivían en Cádiz, en la casa número 44 de la calle del Consulado Viejo (actual Rafael de la Viesca).
Desde mediados de 1811 en que Frasquita salió de Cádiz, había cambiado mucho las cosas en esta ciudad y habían surgido importantes novedades. Frasquita había dejado a Cádiz acosada por el bombardeo francés.
Frasquita había conocido la instalación de las Cortes en el gaditano oratorio de San Felipe Neri, cuando pasaron desde el Teatro de la Isla de León el mismo mes de febrero de 1811 en que ella pasó la frontera.
A su vuelta a Cádiz se encontraba que nuevamente las Cortes se habían trasladado a la Isla, desde el 14 de octubre y que unos días después de su llegada a Cádiz se trasladaban a Madrid, el 29 de noviembre 1813.
El hecho de que las Cortes hubieran parado a la Isla de León a mediado de septiembre de 1813 fue debido al nuevo brote de fiebre amarilla que en aquel momento existía en Cádiz. Quizá esta misma circunstancia hizo que los Böhl no quedaron en Cádiz durante esos meses.
Ante esta situación los Böhl intentaron salvar en lo posible su economía y perdido su comercio, Böhl se estableció como Agente de Seguro, hasta ser nombrado gerente de la casa Duff Gordon and Company.
Pese a la angustiosa situación económica, los Böhl siguen manteniendo en Cádiz una situación superior.
En 1816 se trasladan a su nuevo domicilio en la calle Ahumada número 7.
Los últimos años de Frasquito debieron ser áridos y tristes por las muchas desavenencias familiares que la rodearon. Sus relaciones con Juan Nicolás vuelven a agriarse por la disparidad de criterios, aunque el marido soporta estoicamente las intemperancias del genio de Frasquita, que a medida que pasaron los años va entrando en una excitación psíquica que algunos han calificado de locura, aunque no parece tratarse de una psicosis, las únicas muestras que se tienen de su psicopatía son las referencias de su marido, y las palabras airadas de su hija Cecilia, consecutivas a una riña con su madre, siendo al parecer sus relaciones normales con los extraños y con sus contertulios.
Pero quizá la discusión más dura la sostiene con su hija Cecilia, que con motivo de esta discusión haga unas declaraciones en la carta de despedida a su novio, quizá sea el trasfondo de aquellos años de su niñez en que su madre le dejó en Alemania con su padre, faltando a sus obligación, según la opinión de sus familiares hamburgueses. Quizá por ello escriba ahora: “Mi madre, que nunca me ha querido, ha pretendido siempre humillarme, y sobre todo al punto de mi reputación…”
Ya en estos años parece que Frasquita se ocupó de la literatura, fue siempre muy aficionado a las traducciones, por lo que es frecuente encontrar fragmentos de sus traducciones. Frasquita Larrea ha sido la primera traductora al español de Lord Byron.
Juan Nicolás después de sufrir amargamente, una lesión no determinada a caer por la escalera, falleció en su domicilio el día 9 de noviembre de 1836, acompañado de su mujer y de sus hijas Cecilia y Aurora.
La muerte de su marido parece ser que exaltó aún de forma más acusada la neurosis de Frasquita, que vivía en constantes discusiones con sus hijas, por diversos motivos, entre los que la cuestión hereditaria no estuvo presente. A pesar de ello sus acostumbradas tertulias no le faltaron.
Un 14 de noviembre de 1838, falleció en su casa portuense, la escritora gaditana, precursora del feminismo y del romanticismo en su país, aunque su proyección histórica haya estado oscurecida por su propio pudor literario, que le hizo ocultar siempre su nombre, y por la fama de su marido y de su hija “Fernán Caballero”.
Su imagen histórica nos ha llegado, gracia a su enemigo político Antonio Alcalá Galiano, y recordada por el escrito liberal Benito Pérez Galdós. Frasquita Javieran Ruiz de Larrea y Aherán, acérrima absolutista pasa a la historia, también, por haber sido la primera mujer romántica española, gaditana, que es decir, la cuna del romanticismo liberal.
La figura de doña Frasquita Javiera Ruiz de Larrea y Aherán, “Frasquita Larrea” de las tertulias literarias gaditana, ha estado entre desconocida y marginada. Quizá, ella misma se marginó por el pudor que las “literaturas” tenían en su época.
La fama de sus tertulias ha llegado a nuestros días, gracias a ser citada por Antonio Alcala Galiano en sus “Recuerdos de un anciano” y por Benito Pérez Galdós en los “Episodios Nacionales”.
Beatriz Cienfuegos
Posiblemente la primera mujer periodista española.
Hay pocos datos biográficos sobre ella y ninguna imagen. Pero sí sabemos que fue una mujer de gran formación intelectual, independiente y que nunca contrajo matrimonio, algo inusual en la época.
El 12 de julio de 1763 la Real Imprenta de Marina de Manuel Espinosa de Cádiz, sacaba a la luz la publicación La Pensadora Gaditana. Se centraba en la crítica social, en forma de cuadernillo se publicaron 52 entregas semanales; que se reeditarían en Madrid y posteriormente de nuevo en Cádiz con gran éxito.
El contenido era variado: la reforma de las costumbres, la frivolidad de las altas jerarquías, la falta de educación del pueblo, los prejuicios sociales y la defensa de los derechos de las mujeres. Algunas de las publicaciones fueron: "La afeminización de los hombres", "El descuido de los padres en corregir a sus hijos en la juventud", "El exceso de los gastos", "El uso de las modas", "Los abusos de las procesiones y la Semana Santa"....A pesar del tiempo transcurrido algunos títulos parecen ser actuales.
Durante el siglo pasado algunos historiadores mantuvieron la tesis de que detrás de Cienfuegos se escondía un hombre, alegando que una mujer no podía ser tan ilustrada y escribir y publicar sobre ciertos temas. Hoy día nadie niega la existencia de Beatriz Cienfuegos, ni su mérito como periodista y mujer adelantada a su época.
Pilar Paz Pasamar
María del Pilar Paz Pasamar nació en Jerez de la Frontera, Cádiz, el 13 de febrero de 1933, hija del coronel jerezano Arturo Paz Varela y de la maña Pilar Pasamar Mingote. Sus padres protagonizan una historia de amor propia del siglo XIX que marcará la vida de Pilar: la madre era una cantante de arias de ópera y zarzuela, amante del teatro y con un prometedor porvenir en la música, que, por cierta reticencia familiar y por conocer a quien sería su marido, abandonó su carrera de cantante.
Otro hecho fundamental vendría a marcar su historia, como la de todo el país: el estallido de la guerra civil en 1936. La madre, según recuerda la autora, incapaz de soportar la ausencia del marido, se acerca hasta el frente en un coche con ella y su hermana, en medio de un bombardeo. Era el año 1939, y la atrocidad de la guerra quedó grabada en sus recuerdos, así como el amor incondicional de sus padres.
En la posguerra Pilar Paz Pasamar cursa estudios de bachillerato en Madrid, en el colegio del Sagrado Corazón de las monjas carmelitas. Sus vínculos con el sur, con Jerez y Cádiz, seguirán vivos debido a las frecuentes visitas durante las vacaciones. Sus primeras publicaciones aparecen en periódicos, como en el diario jerezano Ayer, donde a los doce años ya tiene un espacio fijo de opinión. En Madrid prosigue su formación académica en la universidad, donde cursa estudios de Filosofía y Letras. Entre sus profesores se encuentran Gerardo Diego, Dámaso Alonso y el maestro Joaquín Rodrigo, a cuyas clases asistía como oyente. Son años de tertulias en el café Gijón, frecuentado también por Miguel Delibes, Carmen Laforet y Ana María Matute, entre otros. La casa paterna de la calle Nicasio Gallego se convierte así en refugio para jóvenes escritores como su buen amigo Fernando Quiñones.
Al calor de estas vivencias escribe Mara, su primer libro, publicado en 1951 con un elogioso prólogo de Carmen Conde. Pilar Paz contaba con 18 años, y el poemario despertó tanta expectación que los jóvenes vates encontraron en ella nuevos aires para la poesía. Maestros como Juan Ramón Jiménez la considerarían un sorprendente prodigio de calidad y madurez poética. Pilar Paz Pasamar así se revela en el Madrid literario de los cincuenta. Gracias a este libro se establece un vínculo enriquecedor entre ella y Juan Ramón Jiménez, exiliado en Puerto Rico. Al mismo tiempo, y a través de Paz Pasamar, el grupo gaditano Platero entra en relación con el poeta de Moguer. Este le escribe a su casa de Nicasio Gallego, de modo que de Madrid a Cádiz y hasta Puerto Rico se articula una estrecha relación entre el maestro y los jóvenes poetas. La revista se publica de 1951 a 1954 y colaboran en ella Fernando Quiñones, José Manuel Caballero Bonald, Julio Mariscal, Serafín Pro, Felipe Sordo Lamadrid, y por supuesto Pilar Paz Pasamar, entre otros. Platero publica textos de autores como Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez, Blas de Otero, Pablo Neruda, Luis Cernuda o Gabriel Celaya, y de muchos jóvenes como Antonio Gala, Elena Martín Vivaldi, Trina Mercader, etcétera.
Su carrera se consolida en títulos como Los buenos días, de 1954, con el que obtiene el accésit del Premio Adonais; posteriormente publica Ablativo amor, en 1955, y Del abreviado mar, en 1957; libros en los que mantiene la fuerza e intensidad del primer poemario y en los que aparecen reflejados muchos de los presupuestos que se consideran propios de la poesía de la Generación del 50, lo que permite afirmar que Pilar Paz Pasamar es la primera voz que surge en ese escenario de esa generación y también la primera en retirarse.
En 1957, el mismo año de la aparición de su libro de homenaje a Góngora, Del abreviado mar, Pilar se casa con Carlos Redondo. Como si se tratara de un paralelismo con la historia sus padres, abandona su exitosa carrera literaria en Madrid, para entregarse a la vida de pareja en Cádiz, en donde se radicó definitivamente. Este retiro no fue comprendido por muchos de sus compañeros de generación, ni por algunos de sus maestros, que lo juzgaron misterioso. Sinembargo, Pilar no abandonó la creación literaria; de ello queda constancia en la publicación de los libros La soledad contigo de 1960, el ensayo sobre poesía y la mujerPoesía femenina de lo cotidiano en 1964, y Violencia inmóvil de 1967. A estos tres libros les sigue un periodo de unos quince años en los que declara haberse entregado a una búsqueda interior, así como a desarrollar tareas de carácter social en centros que agrupaban a mujeres proletarias, o atendiendo a los más desfavorecidos.
En 1982 Pilar Paz Pasamar publica La torre de Babel y otros asuntos, un libro inquietante, extraño, no muy bien entendido por la crítica y, sin embargo, fundamental para explicar su retiro de los ambientes literarios y su posterior locuacidad creativa, en busca de la trascendencia, de la divinidad, que conjugan la heterodoxia de la vida con la sabiduría. A este libro le seguirían la antología La alacena, de 1986; Textos tapidarios: La dama de Cádiz, de 1990, y Philomena, de 1994.
Con este poemario que llega a la plenitud de su obra, la literatura en lengua española renueva acaso una de las vías menos cultivadas y de gran vigencia en la actualidad: la de la mística en castellano. Pilar Paz Pasamar no ha recibido toda la atención crítica que merece, pero eso no significa que no haya dejado huella entre sus fervientes lectores. Acaso a la conexión con sus lectores se deba el que no se perciba la más remota huella de resentimiento en su obra, todo lo contrario, la autora se siente muy unida a su entorno, como declara en este poemario: «Estás en ese mar, ola marítima, / y en la brisa que cruzas, mi navío, / y en el paso que pisas, caminante / y en el golpe que llama del cartero, / y en el oficio noble y oferente, / -trinas tan seria como si contaras / lo mío-. ¡Oh, tú mi yo, mi pertenencia, / oh, tú mi compañera! / ¡Cantar, cantar, cantar es lo que importa!».
Los versos dedicados a su marido, al compañero, Carlos Redondo, tras su fallecimiento en 1997, dan cuenta de su actitud vital, cuando aparece su libroSophía: «Ahora te sé, pues te recuerdo. / -Saber es recordar según el griego-. /Ahora sé más de ti que cuando estabas. / Ahora puedo medir lo que me deshabitas. / Ahora sé más de ti por lo que falta. / Te digo más, porque el silencio impera».
Desde esta asunción de la pérdida como hallazgo de sabiduría compartido, de enseñanza dolorosa pero necesaria de la vida, Pilar Paz Pasamar sigue escribiendo en Cádiz, donde ha sido homenajeada en más de una ocasión, hasta ser nombrada «Hija adoptiva de la ciudad» el 21 de diciembre de 2004. Volcada totalmente en la literatura, tanto en la poesía, como en la narrativa y el periodismo, sigue contemplando el mar que como la memoria, es ver volver, y sigue trabajando al dictado del canto de Philomena.
Margarita Pérez de Celis y Maria Josefa Zapata
El nombre de estas dos gaditanas está estrechamente relacionado con la aparición de los primeros pronunciantes deministas en la prensa decimonónica española.
La biografía conjunta responde a la realidad de una existencia en común que generará una complicidad entre ellas a la hora de abordar las empresas editoriales que afrontaron a lo largo de sus vidas. Sus datos vitales son difíciles de rastrear ya que son pocos los vestigios personales encontrados en el conjunto de fuentes disponibles.
Sus biografías han de componerse como un puzzle a partir de los escasos documentos encontrados.
La mayor de las dos, Mª Josefa Zapata Cárdenas, habría nacido hacia 1822-1823 y, por tanto, pertenecería a la misma generación que dos grandes poetas de la época, la extremeña Carolina Coronado y la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda. A los 23 años, edita los primeros versos que conocemos en rotativos literarios de la localidad como El Meteoro y El Genio. Como nos advierte Susan Kirkpatrick, estamos ante los prolegómenos de la eclosión de literatura romántica femenina que la prensa de aquellos años da a conocer. Sólo que, en el caso de Mª Josefa Zapata, el desengaño y la frustración justificarían el largo silencio de diez años que median hasta su reaparición literaria en 1855, primero en La Moda y después, ya junto a Margarita Pérez de Celis, en la edición de los Pensiles. Presumiblemente el tiempo que antecede a su amistad y colaboración estrecha con Margarita, están marcados por la muerte de sus padres, en 1854 a causa de la epidemia de cólera que azotó en esa fecha al país, y en cuyo sostén se había convertido. Su compañera desde entonces sería Margarita Pérez de Celis y Tohrbahn. Algo más joven y también gaditana. A partir de 1856 editan El Pensil Gaditano, bajo la dirección de la propia Margarita, con colaboraciones que dan el tono fourierista al rotativo que conocería una segunda época al año siguiente como El Pensil de Iberia. Las dificultades económicas y de censura hicieron que la vida del periódico estuviese sometido a apariciones y desapariciones continuas y a cambios en el título. Pasados unos años reaparecerá con el nombre de La Buena Nueva consiguiendo, estas dos mujeres, mantener su edición apenas unos meses.
Nuevamente problemas financieros y de censura harán que el rotativo sea suspendido a los diez números publicados.
En todo este tiempo se observa que sus escritos contienen un compromiso social en dos vertientes: por un lado es recurrente la denuncia de las diferencias entre pobres y ricos que una sociedad capitalista incipiente acentúa de forma contrastable y, por otro, las críticas a la sociedad burguesa se centran especialmente en las injusticias cometidas contra el sexo femenino, la falta de reconocimiento de la capacidad intelectual de las mujeres, la ausencia de una verdadera educación, la doble moral y la degradación que introduce el matrimonio por conveniencia, así como las injusticias cometidas contra la mujer trabajadora. Su defensa de los derechos de las mujeres se incardina en la consecución de un nuevo modelo social, más justo e igualitario. No reclaman para sí, en exclusiva, los beneficios que el conjunto social pueda reconocer en dos mujeres de talento demostrado, sino que reivindican la lucha política que conducirá a las mujeres hacia la emancipación colectiva.
No es difícil relacionar esta sensibilidad por las principales injusticias sociales cometidas contra las mujeres y la clase trabajadora si apelamos a sus propias condiciones de vida, las dificultades económicas eran la realidad cotidiana de estas dos mujeres. Rechazada la vía matrimonial o conventual, se convierten en el prototipo de mujer más libre que su tiempo puede tolerar, haciendo compatible la creación literaria en una mujer sin familia, si bien el obstáculo que tendrán por ello que afrontar será el de garantizarse, por sus propios medios, el sustento, cosa nada fácil para las mujeres solas del XIX. Conocemos que sus cambios de vivienda fueron acercándolas hacia los barrios más populares de la ciudad. También, que su autonomía inicial se vio trastocada por la bulliciosa y gregaria vida de las casas de vecinos en las que finalmente se domiciliaron. Pronto ejercen oficios como el de maestra, bordadora, costurera, cordonera y cigarrera, que hablan elocuentemente de su degradación social. Además, Mª Josefa Zapata se había quedado prácticamente ciega y en 1863, el editor responsable del periódico madrileño La Violeta, daba a conocer sus penalidades económicas, abriendo una suscripción popular para ayudarla.
A partir de 1875 aparece tan sólo en los padrones su compañera, Margarita Pérez de Celis. Vivirá como cigarrera sus últimos años de vida hasta su fallecimiento en 1882, siendo enterrada en la fosa común del cementerio gaditano, destino último de los parias de los que hablara Flora Tristán, sin nada que perder y todo por ganar, ellas fueron testimonio vivo de una doble lucha, atravesada por los rigores que imponía la clase y el género. Conocieron a la perfección las exclusiones y las injusticias que generaban y por ello levantaron su voz, con conocimiento de causa, en favor de los desheredados, doblemente desahuciados si eran mujeres.
Mercedes Formica
Abogada y escritora, a Mercedes Formica le ha tocado vivir, como a muchas que pertenecen a nuestra genealogía más inmediata, un periodo ciertamente variable y convulso de nuestra historia política, que incluye dos dictaduras, mediadas por una república y una guerra civil, antes de desembocar en nuestra actual democracia.
Mujer de indudables inquietudes sociales, especialmente, para mejorar las condiciones jurídicas de las españolas, merece un reconocimiento más allá de su pasado falangista.
Nacida en Cádiz en 1916, dentro de una familia acomodada, siendo la segunda hija de un total de seis hermanos, vivió en esta ciudad hasta la edad de siete años, periodo que relata en el primer volumen de su trilogía autobiográfica titulada L a infancia. Más tarde, el periodo de juventud y formación coinciden con la re s i d e n c i a familiar en la capital hispalense, donde, gracias al empeño de su madre, estudia bachillerato y prepara el acceso a la Universidad en 1931, ingresando en la Facultad de Derecho, donde entra en contacto con pro f e s o res formados en la Institución Libre de Enseñanza. Siendo la única mujer inscrita en sus aulas, tenía que acudir a clase acompañada de una «doña» para solventar los prejuicios sociales.
El cambio en el estatus familiar en el que había vivido hasta entonces, tras el divorcio entre su padre y su madre en 1933, es un dato vital para entender su posterior interés por la suerte de las mujeres separadas. Su traslado a Madrid le ofrece un escenario privilegiado para observar las luchas partidistas que vive la República y decide afiliarse a la Falange Española, desde los momentos fundacionales de la misma. Pronto es nombrada Delegada del SEU en la Facultad de Derecho y, en 1936, Delegada Nacional del mismo, pasando a ocupar un puesto en la Junta política del partido.
Finalizada la Guerra Civil, en 1939, se casa con Eduardo Llosent y Marañón, editor de varias revistas en Sevilla, pasando a residir otra vez a Madrid, donde el matrimonio entra en contacto con los escritores, pintores y dramaturgos de la posguerra.
En 1945 edita en la revista Escorial su primera novela, Bodoque, cuya trama principal gira en torno a un caso de separación matrimonial. Aprovecha estos años para acabar su carrera interrumpida por la guerra y se topa con las restricciones impuestas al ejercicio profesional femenino, no pudiendo ingresar en el cuerpo diplomático, únicamente expedito a los varones.
Decidió, finalmente, ser una de las tres mujeres que ejercían la abogacía en Madrid, compaginando su trabajo con la vocación literaria. A comienzos de la década de los cincuenta, Pilar Primo de Rivera le encarga la realización de una ponencia sobre «La mujer en las profesiones liberales» para presentarla en el I Congreso Femenino Hispanoamericano Filipino que debía celebrarse en 1951. Mercedes, junto a un grupo de universitarias, elabora un texto en el que se reivindica, sin ningún tipo de cortapisas, la incorporación de las mujeres al mundo laboral. Su sorpresa fue mayúscula cuando los organizadores le retiraron la ponencia tachándola de «feminista». Tendría que pasar una década para que el régimen reconociera los más elementales derechos profesionales y laborales de las españolas.
Son años de intensa colaboración en la prensa. Dirige la revista de la Sección Femenina Medina y en 1952 comienza a firmar artículos en el diario ABC. El 7 de noviembre de 1953, tras tres meses de haber sido retenido por la censura, escribe su artículo «El domicilio conyugal», que tendría la particularidad de desatar una intensa polémica en torno la situación de las mujeres separadas.
Su artículo fue el punto de partida para participar en un debate en el que defendería cambios sustanciales en el derecho de familia vigente encaminados a mejorar la situación jurídica de la mujer. Paralelamente, su novela A instancias de parte, publicada en 1955 dejaba ver su preocupación como mujer y abogada al tratar su trama el doble rasero con que se medía los casos de adulterio entre hombres y mujeres. La dimensión de su campaña fue nacional e internacional y tendría como colofón un tímido ajuste en la reforma de 1958, en la que se introducía el concepto en virtud del cual quien se considerara cónyuge inocente no se veía con obligación de abandonar la casa marital.
Mercedes Formica contrae segundas nupcias en 1962 con el industrial José María Careaga y Urquijo. En los últimos años del franquismo sigue su vocación de historiadora biografiando a Ana de Jesús y María de Mendoza, hija y amante, respectivamente, de Don Juan de Austria.
Fallecido su marido tras una larga enfermedad a mediados de los ochenta, se dedica a escribir sus memorias de las que están publicadas: La infancia, Visto y Vivido (1931-1937) y Escucho el silencio, restando por ver la luz el último tomo que llevaría el título de Espejos rotos y espejuelos. También, en 1989 sale a la luz su novela Collar de ámbar.
Como recoge Rosario Ruiz Franco que la ha biografiado y ha tenido la oportunidad de entrevistarla, Mercedes Formica se ve a sí misma como una «voz en el silencio», como una de las pocas mujeres que osaron alzar la voz frente a las discriminaciones procuradas contra ellas por el franquismo. En este sentido, la larga travesía del desierto que representa los largos años de dictadura, se hacen menos penosos en su recorrido si atendemos al testimonio de mujeres como ella que, dentro de un contexto político hostil, defendieron con audacia reformas que hoy en díason una realidad.
Aportación del compañero Emilio Sánchez Ortega:
Nace en Cádiz, el mismo día que comienza a funcionar el Faro del Castillo de San Sebastián, que junto con el de Santa Catalina, abrazan la playa de La Caleta. Podríamos decir que, por este detalle, su nacimiento tuvo algo de poético. Su infancia y adolescencia transcurren entre Cádiz, Sevilla y Córdoba. Vivía junto a su familia en la calle Sacramento, muy cerca del parque Genovés y en su niñez dice, que en Cádiz, todavía se hablaba de la guerra.
La vocación literaria de Mercedes nace por los ambientes culturales que frecuentaba y la necesidad de transmitir sus experiencias personales, todo esto despertó su vocación literaria e investigadora.
La trayectoria de Mercedes como escritora nace en 1944 cuando entra a trabajar en la revista “Medina”.
Novelas, memorias, investigaciones y artículos, componen su obra.
Mercedes escribía su vida en sus obras, decimos esto, porque Mercedes, en sus relatos nos dice: “este hecho me inspiró…” Efectivamente, al leer sus memorias nos encontramos con situaciones que más tardes descubrimos en sus novelas, sus artículos e incluso, algunas, motivaron las investigaciones que realizó acerca de personajes de nuestra historia.
María Gertrudis de Hore
Poetisa gaditana cuyo recuerdo se nos revela bajo un perfil biográfico que se despliega entre la oscuridad y la leyenda. Nacida en el Cádiz abigarrado y cosmopolita del Setecientos, en el seno de una familia irlandesa establecida en Cádiz, con dedicación a la actividad comercial, vio la luz en la década en que la ciudad se preparaba para su fase de mayor expansión y actividad en el tráfico de personas y mercancías con la América Hispana. Como si esto fuera una premonición, a pesar de que sus padres, Miguel Hore y María Ley, la bautizaron con los nombres de María, Gertrudis, Catalina, Margarita, Josefa y Sabad, sus contemporáneos la conocerían con el sobrenombre de «La Hija del Sol», con el que ella reconoció la autoría de sus poemas.
Aunque se desconoce la formación que Gertrudis Hore recibió, podemos imaginarla cultivando su inteligencia con las típicas disciplinas «de adorno» con las que, por entonces, las familias pudientes formaban a sus hijas -música, lenguas extranjeras, baile y religión-, y sí parece que pronto empezó a brillar en los círculos sociales que frecuentaba, además de por su belleza, por su talento, una afición constante por la lectura y una gran facilidad para versificar. De hecho Cambiaso y Verdes en sus Memorias la hace asidua de círculos literarios e intelectuales de Madrid, ciudad que visitó en varias ocasiones a lo largo de la década de los setenta, y de la tertulia gaditana del científico Jorge Juan. Por entonces los salones literarios se abrían para las mujeres; en ellos, bien a título de invitadas o de anfitrionas, hallaron la posibilidad de conversar y discutir con los hombres, de igual a igual, de las más variadas disciplinas y saberes. Éste debió ser el caso de Gertrudis Hore.
Había contraído matrimonio -según la partida de casamiento fue un matrimonio secreto, con dispensa de amonestaciones, algo que no era infrecuente entre los comerciantes de la ciudad- con Esteban Fleming, natural de El Puerto de Santa María, donde fijará el matrimonio su residencia. Cuando se casa, en agosto de 1762, Gertrudis aún no ha cumplido los veinte años y dieciseis años después, con 35 años, entra en el convento de religiosas concepcionistas de Santa María en Cádiz, donde profesará y permanecerá hasta su muerte escribiendo poemas y guardando clausura.
Las razones por las que Gertrudis Hore abandona el siglo y decide hacerse monja son desconocidas. En la licencia que otorga su marido para que pueda tomar hábito, éste declara únicamente que «desea cooperar a la satisfacción espiritual» de su mujer. Por otra parte, en los interrogatorios previos a la toma de hábito y profesión, a las preguntas que el obispo fray Juan Bautista Cervera dirige a la propia Gertrudis para conocer su grado de libertad en la decisión, ella contesta que no ha sido obligada ni inducida a entrar en religión, y que con ello sólo cumple su deseo de ser religiosa. Las historias que circularon entre sus contemporáneos, sin embargo, hablaban de un adulterio y de un arrepentimiento, y estos rumores fueron recogidos por Cecilia Böhl de Faber en su cuento «La Hija del Sol», asegurando que la historia era verídica. Según esta famosa historia, la Hija del Sol, conocida así por su belleza y sus innumerables atractivos, es enviada a la Isla de León a pasar una temporada mientras su marido se ausenta en un viaje de negocios a América. En la Isla se enamora de un brigadier de los guardias marinas y, a punto de convertirlo en su amante, anticipa en un sueño premonitorio el castigo que les espera -la muerte del amado- si mantienen la relación ilícita. Arrepentida, cuenta la verdad a su marido y decide, con su autorización, entrar en un convento. Cuánto de verdad o de leyenda hay en la misma es algo que, con los datos que poseemos, es imposible dilucidar.
Su actividad como poetisa continúa en el convento. De hecho publicó numerosas poesías, entre 1786 y 1796, en periódicos de ámbito nacional como el Correo de
Madrid, Diario de Madrid, Semanario erudito y curioso de Salamanca, y Diario de
Barcelona, entre otros. Aunque es difícil valorar su obra, a falta de ediciones críticas sobre la misma, sí se descubre en ella la marcada presencia de una interioridad subjetiva de profundas emociones, pues aunque cultivó la poesía de circunstancias propia del siglo, su producción también esta dirigida por su propia experiencia vital en la que no falta el desengaño, la soledad y la tristeza.
Aportación de la Compañera Alicia González Padilla:
Esta poetisa nació el 5 de diciembre de 1742 en Cádiz, hija de irlandeses. Desde muy joven se dedicó a la poesía y sus contemporáneos la llamaron Hija del Sol, por su perfección. Casada a los diecinueve años con D. Esteban Fleming, pero en 1778 decidió hacerse monja, ingresó en el convento de Santa María y profesando en 1780, adoptando el nombre de Mª. los Dolores de Sta. Gertrudis. Su esposo se marchó al Nuevo Continente (América).
Como recogió Fernán Caballero de la tradición, que decía que María Hore vivía en la Isla de León con su madre y una criada negra, Francisca. Su marido se encontraba en La Habana en torno al 1764 y don Carlos de las Navas, que estaba enamorado de ella, con ayuda de Francisca consiguió que la señora Hore le correspondiera su pasión. De este modo, mientras ella esperaba a su amante una noche, y lo ve llegar, dos hombres lo asesinan y huyen. María Gertrudis y Franciscas sacan el cadáver del lugar y limpian los restos de sangre. Al día siguiente, misteriosamente, ve aparecer a don Carlos, su amante. Sin dar respuesta a lo sucedido, lo cuenta, pero la gente la toman por loca. Tras una larga enfermedad, escribe la confesión a su marido y decide entrar en el convento.
Antes de la etapa religiosa, escribió un tomo de poesías y las tradujo al latín para que fuesen vendidas como Salmos y del “Mater Dolorosa” y una Novena a la Esperanza.
Siguió escribiendo poesía en el convento, tratando temas de desengaños amorosos, aunque de forma sutil. También colaboró en el Diario de Madrid y por eso se conservan algunos poemas de ella, que entre otras curiosidades firmaba con las iniciales H.D.S. (Hija del Sol). Murió el 9 de agosto de 1801, a la edad de cincuenta y ocho años.
Rosario Cepeda
Colaboradora en la prensa gaditana, socia de Honor y Mérito de la Junta de Damas de la Real Sociedad Económica Matritense, de la que fue su secretaria, y también de numerosas sociedades culturales de su tiempo; fue regidora honoraria de la ciudad de Cádiz. Rosario Cepeda debe su fama al eco que entre sus contemporáneos tuvo el resultado del examen público al que fue sometida cuando contaba con 12 años. Nacida en un siglo que en España, apenas se abre, inicia el debate sobre las capacidades intelectuales de las mujeres con la intervención en Defensa de las Mujeres del abate Feijoo y se cierra, igualmente, con el Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres que Josefa Amar publica en 1790, no es de extrañar que la demostración de la capacidad de una niña, para aprender disciplinas y materias científicas diversas, fuera recibida por sus contemporáneos con admiración e, incluso, que su saber se exhibiera como si de una rareza se tratara.
También era frecuente que el acceso de las mujeres a la formación intelectual fuera minoritario y privativo de una aristocracia de sangre o de dinero.
Así fue con Rosario Cepeda, hija de Francisco Cepeda, caballero de la orden de Calatrava, alguacil mayor de la Inquisición y regidor perpetuo de Cádiz y de Isabel Mayo, que bajo la tutela de su preceptor Juan Antonio González Cañaveras fue preparada durante un año en diversas materias. Durante tres días de septiembre de 1768 fue examinada de Geografía, Gramática castellana y latina, Historia, Geometría y Francés en una sesión pública.
Un contemporáneo suyo, Juan Bautista Cubié, termina con ella su obra Las mujeres vindicadas, publicada en el mismo año de 1768 y cuenta que Rosario Cepeda disertó en griego, latín, italiano, francés y castellano, contestando a cuantas preguntas sobre las gramáticas respectivas se le hacían y a más de 300 cuestiones sobre Historia. También, afirma Cubié, recitó una Oda de Anacreonte, tradujo una fábula de Esopo y explicó los Elementos de Euclides, suscitando la admiración de cuantas personas presenciaron estas pruebas.
El cabildo gaditano acordó editar un folleto conmemorativo y otorgarle, por los días
de su vida, los emolumentos correspondientes a un regidor de la ciudad.
La actividad intelectual de Rosario Cepeda, sin embargo, no es la de una creadora sino más bien la de una mujer ilustrada, que está presente en los foros culturales de su tiempo y que en ellos goza de cierto protagonismo. Como otras mujeres de su entorno social, junto a la formación exigida para una dama de sociedad música, baile y labores de aguja- pudo acceder a conocimientos más amplios en lenguas clásicas y modernas, historia y geometría, pero éstos no modificaron sus funciones que fueron las de un ama de casa instruida con una vida cultural activa.
Su matrimonio con el general Gorostiza la llevó a residir en Madrid, donde desarrollaría una labor continuada en la Junta de Damas. Murió el 16 de octubre de 1816.
Aportación del compañero Emilio Sánchez Ortega:
En Septiembre del año 1768, nacía para la Historia de Cádiz, una niña prodigio: Mª del Rosario Cepeda y Mayo. Con solo doce años de edad, y ante un selecto auditorio, fue sometida, durante tres días, a un examen público en el que brilló su precocidad intelectual y su asombrosa erudición. Rosario Cepeda debe su fama al eco que entre sus contemporáneos tuvo el resultado del examen público al que fue sometida cuando contaba con 12 años, cuando tradujo y recitó una obra de Anacreonte y una fábula de Esopo.
La actividad intelectual de Rosario Cepeda, sin embargo, no es la de una creadora sino más bien la de una mujer ilustrada. Como otras mujeres de su entorno social pudo acceder a conocimientos más amplios en lenguas clásicas y modernas, historia y geometría, pero estos no modificaron sus funciones que fueron las de un ama de casa instruida con una vida cultural activa.
Por desgracia, con el paso del tiempo el recuerdo de Mª del Rosario Cepeda empezaba a palidecer, reducido al rótulo de una calle del casco antiguo de la ciudad.
Escribió el Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, Memoria sobre las casas de Expósitos, y el Elogio de la Reyna. Destaca su obra Las mujeres vindicadas, la cual escribe junto a Juan Bautista Cubié.
Cecilia Böhl de Faber
Escritora conocida con el seudónimo de Fernán Caballero, hija del matrimonio formado por Nicolás Böhl, cónsul hanseático en Cádiz y delegado de la firma comercial Duff Gordon y Cía. y de Frasquita Larrea, traductora de Byron y de Mary
Wollstonecraft y anfitriona de una famosa tertulia en el Cádiz finisecular. El carácter viajero y cosmopolita de su familia y la afición a las letras que el matrimonio Böhl-Larrea comparte, marcará la infancia de Cecilia y condicionará su dedicación a la literatura.
Los primeros años de su vida transcurrirán, después de su nacimiento circunstancial en Morges (Suiza), en Alemania, donde permanecerá con su padre y su hermano, mientras su madre que ya tiene serias diferencias con su marido regresa a Cádiz. En Hamburgo asistirá a un pensionado francés y recibirá la influencia de su padre, decisiva en su posterior trayectoria de escritora. Ésta se inicia muy lentamente y con escaso reconocimiento por parte de la propia Cecilia que, en un principio, sólo ve en su faceta de escritora la posibilidad de hacer frente a las dificultades económicas en las que con frecuencia se encuentra y una manera de ordenar los recuerdos y combatir la soledad y la tristeza de sus horas bajas. La vida sentimental de Cecilia no fue muy afortunada. Apenas instalada de nuevo la familia en Cádiz, contrae matrimonio con el capitán Antonio Planells, del que se quedó viuda apenas un año después. Había acompañado a su marido a Puerto Rico, donde éste tenía su destino, y allí parece que empezó a coleccionar historias y costumbres populares: una afición que no la abandonaría y que la pondría en contacto con un género literario, el cuento, que ella contribuiría a desarrollar como género independiente. De regreso a España conoce a Francisco Ruiz del Arco, un militar perteneciente a la nobleza sevillana que sería su segundo marido. El matrimonio fijó su residencia primero en Sevilla y sucesivamente en El Puerto de Santa María, Cádiz y Dos Hermanas, buscando un lugar tranquilo y seco en el que Francisco Ruiz pudiera recuperar la salud perdida a causa de una tuberculosis. Esta alianza matrimonial proporcionó a Cecilia amistades en Sevilla y la posibilidad de frecuentar a personalidades del mundo de las letras; campo éste que nuestra autora siguió cultivando aunque lo justificara todavía como simples ejercicios de distracción. Tras la muerte de su segundo marido y el fin de una relación sentimental con Federico Cuthbert, Cecilia contraería nuevo matrimonio; esta vez con el pintor rondeño Antonio Arrom con el que tampoco conocería la felicidad, al menos dura dera. Arrom también enfermó de tisis y ello, unido a la circunstancia de que no acababa de encontrar un ambiente favorable para sus proyectos comerciales, llevó a la pareja a cambios de domicilio permanentes -Sevilla, Jerez, El Puerto, Sanlúcary a Arrom, finalmente a Sidney, donde fue nombrado cónsul. Es en estos años de dificultades (1848-1853), cuando Cecilia se convierte en escritora profesional, escribiendo colaboraciones para revistas como La Moda y periódicos conservadores como La Razón Católica, El Pensamiento de Valencia o La Educación Pintoresca, y gestionando la publicación de novelas y relatos cortos que había ido escribiendo.
En este sentido el apoyo de su madre será fundamental. Fue ella la que envió a El Artista una copia de Una Madre, según Cecilia sin su permiso, ayudándola en las tareas de amanuense y colaborando para que la producción literaria de su hija trascendiera del ámbito estrictamente privado. Por estos años, 1849-1859 se publicarán el grueso de sus obras: La Gaviota, La familia de Alvareda, Una en otra, la Hija del Sol, Los dos amigos, Sola y Elia, en 1849; Lágrimas, Callar en vida y perdonar en muerte, El Exvoto, El vendedor de tagarninas, No transige la conciencia y La Noche de Navidad, entre otros, en 1850. Estas primeras publicaciones aparecieron en periódicos hasta que en 1851 fueron editadas como libros.
Tras la marcha de Arrom a Sidney en 1853, Cecilia fijará su residencia en Sevilla, primero en una de las casas del Alcázar de Sevilla que le cedió Isabel II, y después de 1868 en un nuevo domicilio. Por entonces era de nuevo viuda; en mayo de 1859, Arrom se había suicidado al conocer la noticia de la traición de uno de sus socios. Se abría así la última etapa de la vida de Cecilia, y en un estrecho círculo presidido por lo que ella llama el Padre Quieto (personaje imaginario que simboliza su amor por la vida apacible), se centrará en su correspondencia, la literatura y algunas actividades religiosas y benéficas. Su pensamiento ira evolucionando en un sentido cada vez más conservador y su literatura muestra un afán moralizador, convirtiéndose en instrumento para modelar las costumbres y recuperar los valores tradicionales, lejos del escepticismo y el materialismo que la difusión de la ideología liberal había traído consigo. También fue su objetivo contrarrestar la imagen de Andalucía que los escritores daban en sus novelas, presentándola, lejos de este modelo, como una reserva espiritual de los valores tradicionales.
María Josefa Fernández de Rábago
Las mujeres comprobaron muy pronto que, en la sociedad de ciudadanos, la respublica se configuraba como un asunto entre varones y que, para garantizar el orden social, la mujer debía permanecer en el ámbito privado siendo guardiana moral de la familia. Sin embargo, las mujeres no permanecieron impasibles ante este reducido margen de actuación y reclamaron para sí los derechos que amparaban a los hombres. No fue fácil el reconocimiento de tales derechos y, algunas mujeres, no resignándose a la invisibilidad de lo doméstico, hicieron uso de los márgenes que les otorgaban para acotar espacios públicos de poder e influencia.
Este es el caso de Mª Josefa Fernández de Rábago O’rian, titular del marquesado de Casa-Rábago, que fue presidenta de la Junta de Damas de la Sociedad Económica de Amigos del País de Cádiz, desde su fundación hasta la fecha de su muerte, ejerciendo una importante labor filantrópica en favor de las niñas y niños sin recursos de la ciudad.
Habrá que recordar que el acceso de las mujeres a las sociedades económicas no estuvo, en su día, exento de polémica, aunque la Sociedad gaditana había asumido, desde el principio, la posibilidad de crear una clase de damas en su seno de forma que, definitivamente constituida la matriz masculina en 1814, se iniciaron, seguidamente, los trabajos preparatorios para constituir la sección de mujeres.
Pero para no adelantar acontecimientos comencemos diciendo que Mª Josefa Fernández de Rábago, había nacido en la ciudad de Cádiz en el año de 1775. Era hija de Francisco Fernández de Rábago y de Mariana O’rian, natural de la isla de Mahón. Nada sabemos de sus años iniciales de vida, sí conocemos que fue la única hija que sobrevivió del matrimonio y que, por tanto, estaba destinada a heredar un nombre y una relativa fortuna, consistente en patrimonio inmobiliario urbano.
A los veinte años, el 2 de diciembre de 1795, en la villa de Chiclana, contrae matrimonio con el coronel de infantería, Antonio de Artecona Salazar, caballero de
la orden de Santiago y de la militar de San Hermenegildo.
En tiempos de la Guerra de la Independencia ni ella ni su madre se van a sustraer a la llamada patriótica del momento e intervendrán creando, junto a otras compañeras, la Junta de Señoras de Fernando VII.La sociedad funcionaría cuatro años y en sus manos quedarían reservados trabajos de intendencia tales como procurar vestimenta a los soldados. Terminada la guerra, Fernando VII disolvía la asociación, al mismo tiempo que se mostraba agradecido y recompensaba la entrega de estas mujeres.
Corre el año 1817, y los integrantes de la Sociedad Económica gaditana comienzan los trabajos preparatorios para constituir la filial femenina y, de nuevo, losnombres de madre e hija aparecen desde los primeros intentos de constitución. La empresa no llegó a buen término, posiblemente, por los estragos que causaría una epidemia de fiebre amarilla desatada en la ciudad; las marquesas de Casa Rábago fueron de las pocas que se quedaron y contribuyeron a suavizar las desgracias de las enfermas internadas en el Hospital de Mujeres, contribuyendo a salvar las vidas de algunas de aquéllas.
En 1826, en un segundo intento, se constituye la Clase de Damas de la Sociedad siendo presidenta nuestra protagonista, nueva marquesa, recién fallecida su madre. Desde el comienzo y hasta su desaparición, Mª Josefa contó con el apoyo incondicional del resto de las damas que la reeligieron para el cargo que ocupaba.
Su ámbito de actuación fue la educación de las niñas pobres y el cuidado de los expósitos de la ciudad. En 1827 la Sociedad creaba un centro de instrucción femenina.
La escuela tuvo un éxito inmediato al superar las matrículas previstas, de modo que tuvo que trasladarse a un local más amplio. Posteriormente el ayuntamiento creará tres centros más de instrucción femenina y dos de párvulos que coloca inmediatamente bajo la tutela de las señoras. Mª Josefa se ocupó con inusitado empeño en la supervisión de la educación de las niñas, hasta el punto que públicamente se hacía honor a su dedicación y desvelo.
No todo era reconocimiento y felicidad en la vida de la marquesa. Muere su marido
en 1829 y, poco más tarde, una hija y dos hijos dejando descendencia que pasan a su cuidado. De las cuatro casas que formaban parte del mayorazgo, la marquesa vende tres de ellas en 1848 y convierte en vivienda la última, enajenando también la mitad de la misma. Recibe ayuda económica de una hija y de su hijo menor, Manuel, que hizo las américas y le envía desde La Habana ayudas periódicas para solventar sus problemas de liquidez. Así vemos que a la hora de su muerte poco queda del pasado esplendor.
Mª Josefa se ha acostumbrado a vivir de forma austera, y por ello, dispone que la entierren sin boato; sin embargo, consciente del papel asistencial que ha desempeñado, dispone que una docena de niños del orfanato la acompañen hasta su última morada, portando una vela de media libra, siendo recompensados con dos reales cada uno. Así se hará el 10 de julio de 1861, en que a la edad de 86 años, fallece esta benefactora, primera presidenta de la Junta de Damas de Cádiz.
Gitanilla del Carmelo
Adela Cuesta Medina, (Cádiz, 1885-1983) conocida en la ciudad como "Gitanilla del Carmelo", "Adelita" para los gaditanos, bordadora y poetisa, enamorada de la Virgen del Carmelo y de Cádiz, que vivió la espiritualidad carmelitana cada instante de su vida. Fue una reconocida colaboradora también del Diario de Cádiz.
Realizó sus primeros estudios en la Escuela de Enrique Mosquera y en el Colegio de San Martín. Bordadora de profesión, durante muchos años tuvo abierto al público un taller dedicado preeferentemente a temas religiosos. Hasta el final de sus días aceptó numerosos trabajos dedicados a la ornamentación religiosa. Su trabajo personal fue muy apreciado por las cofradías gaditanas, de las que siempre tuvo numerosas peticiones. Pero su principal actividad era la poesía. Publicó varios libros y dos pequeñas obras costumbristas: Cádiz por fuera y por dentro y El Viacrucis de España.
Adelita se dedicó con enorme éxito a la actividad literaria siendo muy celebradas sus poesías y sus autos sacramentales. Recibió a lo largo de su dilatada vida numerosos premios. En junio estrenó un autosacramental en la plaza de la Catedral que obtuvo un impresionante éxito. Con su natural modestia, Gitanillo del Carmelo, pseudónimo que usaba habitualmente para sus obras literarias, se negó en rotundo a salir a saludar al público pese a ser requerida para ello insistentemente.
Profundamente religiosa, Adeelita colaboró profundaamente con las cofradías gaditanas. Especialmente emojtivo era el paso de la Cofradía Jesús Caído frente a su domicilio, en la plaza del Mentidero, cuando los pasos eran vueltos hacia su balcón para que Gitanilla pudiera contemplar las imágenes.
De su obra literaria destacan los autos sacramentales Contra siete vicios y Lo que nos dicen las flores, el poema Fraile y medio, dedicado a San Juán de la Cruz y los libros de poesías Flores silvestres y La buenaventura. Gitanilla del Carmelo falleció en su domicilio de la plaza del Mentidero eel 15 de enero de 1983, donde una lápida colocada en 1986 recuerda a esta entrañable gaditana.
En la segunda fase que se construyó en el relleno de la Barriada de la Paz, se le puso su nombre a una de las vías.
Aportación de la compañera Alicia González Padilla:
Adela Medina, más conocida como Gitanilla del Carmelo, nació en Cádiz, el 14 de octubre de 1885 y vivió en el barrio del Mentidero, donde se encuentra una palca en la casa que habitó. Escribió varios autos sacramentales, como Contra siete vicios…, Con mi lámpara encendida y Lo que nos dicen las flores, que fueron representados en las gradas de la Catedral y en el Gran Teatro Falla de Cádiz, y numerosos libros de poesía, entre ellos ¡Viva Cádiz! Algunas de sus obras se estrenaron tanto en el G.T.F., como en el Teatro de las Cortes en San Fernando, en el Teatro Balmes o en el Castillo del Puerto de Santa María. Además, obtuvo una gran cantidad de premios en certámenes literarios.
Era bordadora de profesión y abrió un taller donde efectuó sus obras de ornamentaciones religiosas, en su mayoría. Por otra parte, en cuanto a literatura, se dedicó a la poesía, aunque también escribió en prosa. Comenzó a escribir para la prensa local, quizá lo hacía por vocación o por herencia, ya que su abuelo fue poeta y escritor. Y colaboró en revistas de Buenos Aires y Burgos.